Esta mañana, al ir a comprar el pan, me encuentro al Johnny que se acerca en su bici. «Maestro, ya falta mu poquito pa que nos veamos». Su madre, como muchas madres de los alumnos del centro, es una mujer que lo ha pasado mal pero que sigue adelante con la ayuda de su familia más cercana. Separada, embarazada de un nuevo novio y acogida a todos los programas de ayudas sociales posible, limpia casas cuando puede y siente una herida profunda por todos los golpes que le dieron. Er Johnny anda siempre en la calle, su verdadera esuela, donde aprende lo bueno y lo malo de la vida. «Johnny, espero que durante este curso asistas más que el pasado, si no acabarán visitándote los de fiscalía de menores», le digo. Pero él sabe que eso nunca ocurrirá, porque nunca ha ocurrido, al menos en esta zona. «Pero si maestro, yo quiero ir a la escuela, pero cuando no voy es porque tengo que cuidar de mi hermana de 3 años o si no quedarme en mi casa a cuidar a mi abuelo que se pone malo o si no...». Er Johnny, como todos lo llaman, es un niño con una mirada perdida, cuando te habla da la impresión de que no te mira y quiere terminar pronto sus frases entrecortadas para irse con su bici. Todos sabemos que terminará mal a no ser que la vida le depare un golpe de suerte.